El método hipotético-deductivo y el “caso
Semmelweis”
Fases del método hipotético-deductivo
1. Planteamiento del problema.
2. Formulación de hipótesis explicativas.
3. Deducción de consecuencias a partir de
las hipótesis.
4. Contrastación: refutación o aceptación
de las hipótesis.
Los pasos 1 y
4 se basan en la experiencia, mientras que los pasos 2 y 3 son “racionales”,
independientes de la experiencia. Por esto se puede afirmar que el método sigue
un proceso inductivo (en la observación), deductivo (en el planteamiento de
hipótesis y en la derivación de consecuencias a partir de ellas) y nuevamente
inductivo (en la contrastación de las hipótesis).
El caso Semmelweis
Como
simple ilustración de algunos aspectos importantes de la investigación
científica, parémonos a considerar los trabajos de Semmelweis en relación con
la fiebre puerperal.
Ignaz
Semmelweis, un físico de origen húngaro, realizó esos trabajos entre 1844 y
1848 en el Hospital General de Viena. Como miembro del equipo médico de la
Primera División de Maternidad del hospital, Semmelweis se sentía angustiado al
ver que una gran proporción de las mujeres que habían dado a luz en esa
división contraían una seria y con frecuencia fatal enfermedad conocida como
fiebre puerperal o fiebre de postparto. En 1844, hasta 260, de un total de
3.157 madres de la División Primera -un
8,2 %- murieron de esa enfermedad; en 1845, el índice de muertes era del 6,8 %,
y en 1846, del 11,4%. Estas cifras eran sumamente alarmantes, porque en la
adyacente Segunda División de Maternidad del mismo hospital, en la que se
hallaban instaladas casi tantas mujeres como en la Primera, el porcentaje de
muertes por fiebre puerperal era mucho más bajo: 2,3%, 2,0% y 2,7% en los
mismos años. En un libro que escribió más tarde sobre las causas y la
prevención de la fiebre puerperal, Semmelweis relata sus esfuerzos por resolver
este terrible rompecabezas. El relato de la labor desarrollada por Semmelweis y
de las dificultades con que tropezó constituye una página fascinante de la
historia de la medicina.
Semmelweis
empezó por examinar varias explicaciones del fenómeno corrientes en la época;
rechazó algunas que se mostraban incompatibles con hechos bien establecidos; a
otras las sometió a contrastación. Una opinión ampliamente aceptada atribuía
las olas de fiebre puerperal a «influencias epidémicas» que se describían
vagamente como «cambios atmosférico-cósmicos-telúricos», que se extendían por
distritos enteros y producían la fiebre puerperal en mujeres que se hallaban de postparto. Pero, ¿cómo -argüía Semmelweis- podían esas influencias haber
infestado durante años la División Primera y haber respetado la Segunda? Y ¿cómo
podía hacerse compatible esta concepción con el hecho de que mientras la fiebre
asolaba el hospital, apenas se producía caso alguno en la ciudad de Viena o sus
alrededores? Una epidemia de verdad, como el cólera, no sería tan selectiva.
Finalmente, Semmelweis señala que algunas de las mujeres internadas en la
División Primera que vivían lejos del hospital se habían visto sorprendidas por
los dolores de parto cuando iban de camino, y habían dado a luz en la calle;
sin embargo, a pesar de estas condiciones adversas, el porcentaje de muertes
por fiebre puerperal entre estos casos de parto callejero era más bajo que el
de la División Primera.
Según
otra opinión, una causa de mortandad en la División Primera era el
hacinamiento. Pero Semmelweis señala que de hecho el hacinamiento era mayor en
la División Segunda, en parte como consecuencia de los esfuerzos desesperados
de las pacientes para evitar que las ingresaran en la tristemente célebre
División Primera. Semmelweis descartó así mismo dos conjeturas similares
haciendo notar que no había diferencias entre las dos divisiones en lo que se
refería a la dieta y al cuidado general de las pacientes.
En
1848 una comisión designada para investigar el asunto atribuyó la frecuencia de
la enfermedad en la División Primera a las lesiones producidas por los
reconocimientos poco cuidadosos a que sometían a las pacientes los estudiantes
de medicina, todos los cuales realizaban sus prácticas de obstetricia en esta División. Semmelweis señala, para refutar esta opinión, que: (a) las lesiones producidas naturalmente en el
proceso del parto son mucho mayores que las que pudiera producir un examen poco
cuidadoso; (b) las comadronas que recibían enseñanzas en la División Segunda
reconocían a sus pacientes de modo muy análogo, sin por ello producir los
mismos efectos; y (c) cuando, respondiendo al informe de la comisión, se redujo
a la mitad el número de estudiantes y se restringió al mínimo el reconocimiento
de las mujeres por parte de ellos, la mortalidad, después de un breve descenso,
alcanzó sus cotas más altas.
Se
acudió también a varias explicaciones psicológicas. Una de ellas hacía notar
que la División Primera estaba organizada de tal modo que un sacerdote que
portaba los últimos auxilios a una moribunda tenía que pasar por cinco salas
antes de llegar a la enfermería: se sostenía que la aparición del sacerdote, precedido
por un acólito que hacía sonar una campanilla, producía un efecto terrorífico y
debilitante en las pacientes de las salas y las hacía así más propicias a
contraer la fiebre puerperal. En la División Segunda no se daba este factor
adverso, porque el sacerdote tenía acceso directo a la enfermería. Semmelweis
decidió someter a prueba esta suposición. Convenció al sacerdote de que debería
dar un rodeo y suprimir el toque de campanilla para conseguir que llegara a la
habitación de la enferma en silencio y sin ser observado. Pero la mortalidad no
decreció en la División Primera.
Otra
ocurrencia de Semmelweis fue la siguiente: las mujeres, en la División Primera,
yacían de espalda; en la Segunda, de lado. Aunque esta circunstancia le parecía
irrelevante, decidió, aferrándose a un clavo ardiendo, probar a ver si la
diferencia de posición resultaba significativa. Hizo, pues, que las mujeres
internadas en la División Primera se acostaran de lado, pero, una vez más, la
mortalidad continuó.
Finalmente,
en 1847, la casualidad dio a Semmelweis la clave para la solución del problema.
Un colega suyo, Kolletschka, recibió una herida penetrante en un dedo,
producida por el escalpelo de un estudiante con el que estaba realizando una
autopsia, y murió después de una agonía durante la cual mostró los mismos
síntomas que Semmelweis había observado en las víctimas de la fiebre puerperal.
Aunque por esa época no se había descubierto todavía el papel de los
microorganismos en ese tipo de infecciones, Semmelweis comprendió que la
«materia cadavérica» que el escalpelo del estudiante había introducido en la
corriente sanguínea de Kolletschka había sido la causa de la fatal enfermedad
de su colega, y las semejanzas entre el curso de la dolencia de Kolletschka y
el de las mujeres de su clínica llevó a Semmelweis a la conclusión de que sus
pacientes habían muerto por un envenenamiento del mismo tipo: los portadores de
la materia infecciosa debían ser él mismo y su equipo, ya que solían llegar a
las salas de maternidad inmediatamente después de realizar disecciones en la
sala de autopsias, y reconocían a las parturientas después de haberse lavado
las manos sólo de un modo superficial, de modo que éstas conservaban a menudo
un característico olor a suciedad. Una vez más, Semmelweis puso a prueba esta
posibilidad. Argumentaba él que si la suposición fuera correcta, entonces se
podría prevenir la fiebre puerperal destruyendo químicamente el material
infeccioso adherido a las manos. Dictó, por tanto, una orden por la que se
exigía a todos los estudiantes de medicina que se lavaran las manos con una
solución de cal clorada antes de reconocer a ninguna enferma. La mortalidad
puerperal comenzó a decrecer, y en el año 1848 descendió hasta el 1,27% en la
División Primera, frente al 1,33% de la Segunda. En apoyo de su idea,
Semmelweis hace notar además que con ella se explica el hecho de que la
mortalidad en la División Segunda fuera mucho más baja: en ésta las pacientes estaban
atendidas por comadronas, en cuya preparación no estaban incluidas las
prácticas de anatomía mediante la disección de cadáveres. La hipótesis
explicaba también el hecho de que la mortalidad fuera menor entre los casos de
“partos callejeros”: a las mujeres que llegaban con el niño en brazos casi
nunca se las sometía a reconocimiento después de su ingreso, y de este modo
tenían mayores posibilidades de escapar a la infección. Asimismo, la hipótesis
daba cuenta del hecho de que todos los recién nacidos que habían contraído la
fiebre puerperal fueran hijos de madres que habían contraído la enfermedad
durante el parto; porque en ese caso la infección se le podía transmitir al
niño antes de su nacimiento, a través de la corriente sanguínea común de madre
e hijo, lo cual, en cambio, resultaba imposible cuando la madre estaba sana.
Posteriores experiencias clínicas llevaron pronto a Semmelweis a ampliar su
hipótesis. En una ocasión, por ejemplo, él y sus colaboradores, después de
haberse desinfectado cuidadosamente las manos, examinaron primero a una
parturienta aquejada de cáncer cervical ulcerado; procedieron luego a examinar
a otras doce mujeres de la misma sala, después de un lavado rutinario, sin
desinfectarse de nuevo. Once de las doce pacientes murieron de fiebre
puerperal. Semmelweis llegó a la conclusión de que la fiebre puerperal podía
ser producida no sólo por materia cadavérica, sino también por “materia pútrida
procedente de organismos vivos”.
Preguntas
a)
Indica cuál es el problema que da origen a la
investigación.
b)
Enumera las distintas hipótesis que aparecen en
el texto.
c)
Señala el modo en que Semmelweis rechaza las
primeras hipótesis.
d)
¿Mediante qué experiencia confirma su propia
hipótesis?
e)
¿Cómo se explica, a través de su hipótesis, que
la mortalidad en la Segunda División fuera más baja?
f)
¿Qué problema plantea la última fase del método
hipotético-deductivo en lo que se refiere a la “aceptación” de las hipótesis?
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