[...] Apoyado por una entusiasta claque de admiradores autóctonos, el tribuno revolucionario nos explicó que había que estar ciego por culpa de todos los prejuicios del elitismo burgués para admirar la pintura china antigua, obra de explotadores y de parásitos, mientras que el verdadero arte de China -que los mandarines académicos se obstinaban en ignorar- era producido por las masa populares de campesinos, obreros y soldados. En pocas palabras, el latiguillo habitual en la época, totalmente olvidao hoy. La violencia de este ataque sorprendió al viejo profesor, hombre frágil y refinado, pero permaneció en silancio. No quedaba, por lo demás, tiempo ya para el debate, y el presidente levantó precipidatamente la sesión.
Entre la concurrencia, formada en su mayor parte por gente educada y cortés, se había dejado sentir una incomodidad muy real; pero, en general, cuando a unas personas decentes se las enfrenta a una indecencia masiva, procuran aparentar por todos los medio que no pasa nada.
De hecho, lo más chocante del caso no fueron las banales vociferaciones del joven energúmeno, sino el silencia que guardamos todos nosotros. De repente comprendí la verdad de la frase de Hugo: "Todo sabio es un poco cadáver". Esa reunión académica olía a chamusquina.
Aún desaprobanlo las malas maneras de su ardoroso colega, la mayoría de aquellos universitarios consideraba en el fondo que, en un debate intelectual, toda opinión es respetable; nadie parecía comprender que lo que se acababa de oír no era una opinión entre otras, sino una constatación de la defunción de la idea misma de universidad. En efecto, lo que el joven ideólogo había proclamado -sin provocar la menor refutación- era lo ilegítimo de los juicios de valor; pero si la verdad no es más que un prejuicio de clase, toda la empresa universitaria queda reducida a una farsa absurda. ¿Cómo se podría estudiar, por ejemplo, la literatura y las artes sin referirse a la noción de calidad literaria y artística? Sin esa referencia, los dibujos animados de Superman y los folletines sentimentales de Barbara Cartland constituirían un tema de estudio tan válido como las obras de Shakespeare y de Miguel Ángel. Es ésta, por lo demás, la conclusión ampliamente adoptada hoy por la universidad.
En una carta (demasiado poco conocida), Hannah Arendt ha recordado que la Verdad no es un resultado de la reflexión sino su condición previa y su punto de partida: sin una experiencia previa de la Verdad es imposible desarrollar ninguna reflexión. SIMON LEYS. La felicidad de los pececillos. Cap. 1 La felicidad de los pececillos. El saber desde lo alto del puente.

miércoles, 5 de agosto de 2015
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