LA
REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
El período de tiempo que
transcurre aproximadamente entre la fecha de publicación de De Revolutionibus de Nicolás Copérnico,
en 1543, hasta la obra de Isaac Newton, cuyos Philosophiae Naturalis Principia Mathematica fueron publicados por
primera vez en 1687, se acostumbra a denominar en la actualidad como “período
de la revolución científica”. Se trata
de un poderoso movimiento de ideas que adquiere en el siglo XVII sus rasgos
distintivos con la obra de Galileo, que encuentra sus filósofos desde
perspectivas diferentes en las ideas de Bacon y de Descartes, y que más tarde
llegará a su expresión clásica mediante la imagen newtoniana del universo,
concebido como una máquina, como un reloj.
En este proceso conceptual, resulta sin duda determinante
aquella revolución astronómica cuyos representantes más prestigiosos son
Copérnico, Tycho Brahe, Kepler y Galileo, y que confluirá en la física clásica
de Newton. Durante este período, pues,
se modifica la imagen del mundo. Pieza a
pieza, trabajosa pero progresivamente, van cayendo los pilares de la cosmología
aristotélico-ptolemaica. Por ejemplo,
Copérnico pone el Sol –en lugar de la Tierra- en el centro del mundo, Tycho
Brahe, aunque es anticopernicano, elimina las esferas materiales que en la
antigua cosmología arrastraban con su movimiento a los planetas, y reemplaza la
noción de orbe (o esfera) material por la moderna noción de órbita. Kepler brinda una sistematización matemática
del sistema copernicano y realiza el revolucionario paso desde el movimiento
circular (natural y perfecto, según la vieja cosmología) hasta el movimiento
elíptico de los planetas. Galileo muestra
la falsedad de la distinción entre física terrestre y física celeste,
demostrando que la Luna posee la misma naturaleza que la Tierra, y apoyándose
–entre otras cosas- en la formulación del principio de inercia [un cuerpo conserva su estado de reposo relativo o movimiento
rectilíneo uniforme relativo si no hay una fuerza que,
actuando sobre él, logre cambiar su estado].
Newton, con su teoría gravitacional, unificará la física de Galileo y la
de Kepler. En efecto, desde el punto de
vista de la mecánica de Newton se puede afirmar que las teorías de Galileo y de
Kepler son correctas aproximaciones a determinados resultados obtenidos por
Newton. Sin embargo, durante los 150
años que transcurren entre Copérnico y Newton, no sólo cambia la imagen del
mundo. Entrelazado con dicha mutación se
encuentra el cambio –también en este caso, lento, tortuoso, pero decisivo- de
las ideas sobre el hombre, sobre la ciencia, sobre el hombre de ciencia, sobre
el trabajo científico y las instituciones científicas, sobre las relaciones
entre ciencia y sociedad, sobre las relaciones entre ciencia y filosofía, entre
saber científico y fe religiosa.
Cambio en la forma de entender la ciencia
[…] La ciencia –y
tal es el resultado de la revolución científica, que Galileo hará explícito con
claridad meridiana- ya no es una privilegiada intuición del mago o astrólogo
individual que se ve iluminado, ni el comentario a un filósofo (Aristóteles)
que ha dicho la verdad y toda la verdad, […] sino más bien una indagación y un
razonamiento sobre el mundo de la naturaleza.
Esta imagen de la ciencia no surge de golpe, sino que aparece gradualmente,
mediante un crisol tempestuoso de nociones y de ideas donde se combinan
misticismo, hermetismo, astrología, magia y sobre todo temas provenientes de la
filosofía neoplatónica. Se trata de un
proceso realmente complejo cuya consecuencia, […] es la fundación galileana del método
científico y, por tanto, la autonomía de la ciencia con respecto a las
proposiciones de fe y las concepciones filosóficas. El razonamiento científico se constituye como
tal en la medida en que avanza –como afirmó Galileo- basándose en “experiencias
sensatas” y en las “necesarias demostraciones”.
La experiencia de Galileo consiste en el experimento. La ciencia es experimental. A través del experimento, los científicos
tienden a obtener proposiciones verdaderas acerca del mundo. Esta nueva imagen de la ciencia, elaborada
mediante teorías sistemáticamente controladas a través de experimentos,
“representaba el certificado de nacimiento de un tipo de saber entendido como
construcción perfectible, que surge gracias a la colaboración de los ingenios,
que necesita un lenguaje específico y riguroso, que requiere para sobrevivir y
crecer […] instituciones específicas
propias (…). Un tipo de saber (…) que
cree en la capacidad de crecimiento del conocimiento, que no se fundamenta en
el mero rechazo de las teorías precedentes, sino en su substitución a través de
teorías más amplias, que sean más fuertes desde el punto de vista lógico y que
tengan un mayor contenido controlable” (Paolo Rossi).
[…] Junto con la cosmología aristotélica, la revolución
científica provoca un rechazo de las categorías, los principios y las
pretensiones esencialistas de la filosofía de Aristóteles. El viejo saber pretendía ser un saber de
esencias, una ciencia elaborada con teorías y conceptos definitivos. En cambio, el proceso de la revolución
científica confluirá en la noción de Galileo, quien escribe: “El escudriñar la
esencia, lo tengo por empresa no menos imposible y por tarea no menos vana en
las substancias elementales próximas, que en las remotísimas y celestiales; y
me parece que ignoro por igual la substancia de la Tierra y la de la Luna, la
de las nubes elementales como la de las manchas del Sol (…). (Empero), aunque sea inútil pretender
investigar la substancia de las manchas solares ello no impide que nosotros
podamos aprehender algunas de sus afecciones, como el lugar, el movimiento, la
figura, la magnitud, la opacidad, la mutabilidad, la producción y la
desaparición.” En consecuencia, la
ciencia ya no versa sobre las esencias o substancias de las cosas y de los
fenómenos, sino sobre las cualidades de las cosas y de los acontecimientos que
resulten objetiva y públicamente controlables y cuantificables. Tal es la imagen de la ciencia que se
configura al final del largo proceso de la revolución científica. Ya no se trata del “qué”, sino del “cómo”; la
ciencia galileana y postgalileana ya no indagará sobre la substancia, sino
sobre el funcionamiento [cómo funcionan los objetos y fenómenos naturales].
REALE, G.,
ANTISERI, D. Historia del pensamiento filosófico y científico. Vol.
II Del humanismo a Kant. Barcelona, 1992, Ed. Herder.
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