martes, 22 de noviembre de 2016

La revolución científica

LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA

     El período de tiempo que transcurre aproximadamente entre la fecha de publicación de De Revolutionibus de Nicolás Copérnico, en 1543, hasta la obra de Isaac Newton, cuyos Philosophiae Naturalis Principia Mathematica fueron publicados por primera vez en 1687, se acostumbra a denominar en la actualidad como “período de la revolución científica”.  Se trata de un poderoso movimiento de ideas que adquiere en el siglo XVII sus rasgos distintivos con la obra de Galileo, que encuentra sus filósofos desde perspectivas diferentes en las ideas de Bacon y de Descartes, y que más tarde llegará a su expresión clásica mediante la imagen newtoniana del universo, concebido como una máquina, como un reloj.
En este proceso conceptual, resulta sin duda determinante aquella revolución astronómica cuyos representantes más prestigiosos son Copérnico, Tycho Brahe, Kepler y Galileo, y que confluirá en la física clásica de Newton.  Durante este período, pues, se modifica la imagen del mundo.  Pieza a pieza, trabajosa pero progresivamente, van cayendo los pilares de la cosmología aristotélico-ptolemaica.  Por ejemplo, Copérnico pone el Sol –en lugar de la Tierra- en el centro del mundo, Tycho Brahe, aunque es anticopernicano, elimina las esferas materiales que en la antigua cosmología arrastraban con su movimiento a los planetas, y reemplaza la noción de orbe (o esfera) material por la moderna noción de órbita.  Kepler brinda una sistematización matemática del sistema copernicano y realiza el revolucionario paso desde el movimiento circular (natural y perfecto, según la vieja cosmología) hasta el movimiento elíptico de los planetas.  Galileo muestra la falsedad de la distinción entre física terrestre y física celeste, demostrando que la Luna posee la misma naturaleza que la Tierra, y apoyándose –entre otras cosas- en la formulación del principio de inercia [un cuerpo conserva su estado de reposo relativo o movimiento rectilíneo uniforme relativo si no hay una fuerza que, actuando sobre él, logre cambiar su estado].  Newton, con su teoría gravitacional, unificará la física de Galileo y la de Kepler.  En efecto, desde el punto de vista de la mecánica de Newton se puede afirmar que las teorías de Galileo y de Kepler son correctas aproximaciones a determinados resultados obtenidos por Newton.  Sin embargo, durante los 150 años que transcurren entre Copérnico y Newton, no sólo cambia la imagen del mundo.  Entrelazado con dicha mutación se encuentra el cambio –también en este caso, lento, tortuoso, pero decisivo- de las ideas sobre el hombre, sobre la ciencia, sobre el hombre de ciencia, sobre el trabajo científico y las instituciones científicas, sobre las relaciones entre ciencia y sociedad, sobre las relaciones entre ciencia y filosofía, entre saber científico y fe religiosa.

Cambio en la forma de entender la ciencia  
[…]  La ciencia –y tal es el resultado de la revolución científica, que Galileo hará explícito con claridad meridiana- ya no es una privilegiada intuición del mago o astrólogo individual que se ve iluminado, ni el comentario a un filósofo (Aristóteles) que ha dicho la verdad y toda la verdad, […] sino más bien una indagación y un razonamiento sobre el mundo de la naturaleza.  Esta imagen de la ciencia no surge de golpe, sino que aparece gradualmente, mediante un crisol tempestuoso de nociones y de ideas donde se combinan misticismo, hermetismo, astrología, magia y sobre todo temas provenientes de la filosofía neoplatónica.  Se trata de un proceso realmente complejo cuya consecuencia, […]  es la fundación galileana del método científico y, por tanto, la autonomía de la ciencia con respecto a las proposiciones de fe y las concepciones filosóficas.  El razonamiento científico se constituye como tal en la medida en que avanza –como afirmó Galileo- basándose en “experiencias sensatas” y en las “necesarias demostraciones”.  La experiencia de Galileo consiste en el experimento.  La ciencia es experimental.  A través del experimento, los científicos tienden a obtener proposiciones verdaderas acerca del mundo.  Esta nueva imagen de la ciencia, elaborada mediante teorías sistemáticamente controladas a través de experimentos, “representaba el certificado de nacimiento de un tipo de saber entendido como construcción perfectible, que surge gracias a la colaboración de los ingenios, que necesita un lenguaje específico y riguroso, que requiere para sobrevivir y crecer  […] instituciones específicas propias (…).  Un tipo de saber (…) que cree en la capacidad de crecimiento del conocimiento, que no se fundamenta en el mero rechazo de las teorías precedentes, sino en su substitución a través de teorías más amplias, que sean más fuertes desde el punto de vista lógico y que tengan un mayor contenido controlable” (Paolo Rossi).
[…] Junto con la cosmología aristotélica, la revolución científica provoca un rechazo de las categorías, los principios y las pretensiones esencialistas de la filosofía de Aristóteles.  El viejo saber pretendía ser un saber de esencias, una ciencia elaborada con teorías y conceptos definitivos.  En cambio, el proceso de la revolución científica confluirá en la noción de Galileo, quien escribe: “El escudriñar la esencia, lo tengo por empresa no menos imposible y por tarea no menos vana en las substancias elementales próximas, que en las remotísimas y celestiales; y me parece que ignoro por igual la substancia de la Tierra y la de la Luna, la de las nubes elementales como la de las manchas del Sol (…).  (Empero), aunque sea inútil pretender investigar la substancia de las manchas solares ello no impide que nosotros podamos aprehender algunas de sus afecciones, como el lugar, el movimiento, la figura, la magnitud, la opacidad, la mutabilidad, la producción y la desaparición.”  En consecuencia, la ciencia ya no versa sobre las esencias o substancias de las cosas y de los fenómenos, sino sobre las cualidades de las cosas y de los acontecimientos que resulten objetiva y públicamente controlables y cuantificables.  Tal es la imagen de la ciencia que se configura al final del largo proceso de la revolución científica.  Ya no se trata del “qué”, sino del “cómo”; la ciencia galileana y postgalileana ya no indagará sobre la substancia, sino sobre el funcionamiento [cómo funcionan los objetos y fenómenos naturales].


REALE, G., ANTISERI, D.  Historia del pensamiento filosófico y científico.  Vol. II Del humanismo a Kant.  Barcelona, 1992, Ed.  Herder.

No hay comentarios:

Publicar un comentario